Que vivimos en un mundo lleno de contradicciones es evidente. Que estamos en un permanente estado de transición hacia «otra época» sin que seamos capaces de saber cómo será ni cuando llegará, pero con la convicción de que lo que vivimos en estos momentos «debería ser» el final de una época, también parece evidente.
Es cierto que lo que en otra época fueron valores o convicciones incuestionables hoy en día no sólo han dejado de serlo, sino que podríamos estar asumiendo valores contrarios, pero aquí aparece la contradicción entre lo que «debería ser» y «lo que es»: sucede así con el modelo de relación médico-paciente según el cual el médico selecciona para el paciente la información relevante y decide lo que es mejor para el paciente. Un modelo predominante en la relación médica, que sin embargo debería dejar paso al modelo de interacción personalizado, en el que es el paciente el que toma las decisiones y el médico el que asesora, informa y presta al paciente el apoyo necesario para ello. Los nuevos modelos de cuidados proponen nuevas formas de interacción clínica más democráticas y personalizadas, pero no es fácil para el médico ni para el enfermo adoptar estos nuevos roles.
Por ello, entre tanto, cada vez nos encontramos con ejemplos aquí y allá en los que, paradójicamente, lo que se aprecia es una mayor dependencia del médico en su versión «tradicional», como si se estuviera en cierto modo «añorando» el viejo modelo: una mayor demanda asistencial en las consultas médicas frente a problemas cada vez más «banales», lo que resulta especialmente frecuente en los servicios de urgencia o una mayor sensibilidad y reacción frente a crecimientos de listas de espera que pudieran considerarse «normales«. Pero lo que llama la atención es la reacción desmedida en ciertos núcleos rurales en los que el ajuste obligado entre la oferta y la demanda provoca verdaderas revoluciones para «rescatar al medio rural, que está siendo cruelmente castigado». En Castilla y León son frecuentes este tipo de reacciones, provocadas seguramente por ciertos grupos, que aprovechan el normal desasosiego de las personas ante los cambios.
Estos ejemplos ponen de manifiesto la resistencia de los individuos a afrontar la propia salud, a asumir el autocuidado, pero también ponen de manifesto que los profesionales están lejos de asumir el rol de acompañante, de asesor, de apoyo y de experto y pretenden seguir siendo el sacerdote, el salvador, el adulto que tiene que conducir al niño por el buen camino.